Día de muertos, comida y tradiciones en México
Chef René Loyo Cárdenas
El 7 de noviembre de 2003, La Organización de Educación, científica y Cultural de las Naciones Unidas (UNESCO), publicó la festividad indígena de Día de Muertos en México, como una obra maestra de la humanidad al señalar que es:
“…una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo”, por lo que destaca: …”ese encuentro anual entre las personas que la celebran y sus antepasados, desempeña una función social que recuerda el lugar del individuo en el seno del grupo y contribuye a la afirmación de la identidad…”.
La costumbre de celebrar el día de muertos, o de los santos difuntos, es tan antigua como la humanidad y se manifiesta en distintos países y diferentes culturas. En México a la llegada de los españoles, esta costumbre de honrar a los muertos, fue conservada y adaptada según la creencia católica imperante en esos días.
Vamos por partes. En México, la civilización Azteca era rica en ceremonias y ritos religiosos, quienes se hacían acompañar por la majestuosidad de sus principales personajes (sacerdotes, guerreros y pueblo en general), Durante el rito había música, cantos y bailes y sobre todo sangre, la cual era ofrecida a los dioses por medio de sustraer el corazón de un joven guerrero o una hermosa doncella, el corazón era mordido y levantado al sol, en una especia de comunión con el dios al cual estaba destinado el sacrificio.
Por supuesto que a la llegada de los españoles estas ceremonias fueron consideradas como un sacrilegio. La imposición de otra cultura y la evangelización a los diversos grupos indígenas tuvo como resultado un cambio en la celebración a los difuntos. Surge de esta manera el pan de trigo con formas de corazón, bañado en azúcar coloreada de rojo para simular la sangre. A esto se le conoce como el pan de las ánimas o el pan de muerto, que hasta nuestros días, se consume.
En el México actual, cada año y partir de la segunda quincena de octubre, las plazas, tianguis y mercados, del país, se visten de colores y de olores: el mole, los dulces, la calabaza, el atole, chocolate, los tamales, los tejocotes, el pan de muerto y sobre todo las calaveras, son los elementos que se utilizan para adornar los altares que se ponen en cada casa en los que las personas esperan a los fieles difuntos.
El primero de noviembre, se venera a los parientes que murieron siendo niños, el día dos de noviembre, se venera a los finados adultos. Ambos días es la ocasión para poder acompañarlos con una comida, seguido de un profundo sentimiento de devoción y en el que se afirma que el ser querido que ha muerto se encuentra en una “mejor vida”.
Chef René Loyo Cárdenas
El 7 de noviembre de 2003, La Organización de Educación, científica y Cultural de las Naciones Unidas (UNESCO), publicó la festividad indígena de Día de Muertos en México, como una obra maestra de la humanidad al señalar que es:
“…una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo”, por lo que destaca: …”ese encuentro anual entre las personas que la celebran y sus antepasados, desempeña una función social que recuerda el lugar del individuo en el seno del grupo y contribuye a la afirmación de la identidad…”.
La costumbre de celebrar el día de muertos, o de los santos difuntos, es tan antigua como la humanidad y se manifiesta en distintos países y diferentes culturas. En México a la llegada de los españoles, esta costumbre de honrar a los muertos, fue conservada y adaptada según la creencia católica imperante en esos días.
Vamos por partes. En México, la civilización Azteca era rica en ceremonias y ritos religiosos, quienes se hacían acompañar por la majestuosidad de sus principales personajes (sacerdotes, guerreros y pueblo en general), Durante el rito había música, cantos y bailes y sobre todo sangre, la cual era ofrecida a los dioses por medio de sustraer el corazón de un joven guerrero o una hermosa doncella, el corazón era mordido y levantado al sol, en una especia de comunión con el dios al cual estaba destinado el sacrificio.
Por supuesto que a la llegada de los españoles estas ceremonias fueron consideradas como un sacrilegio. La imposición de otra cultura y la evangelización a los diversos grupos indígenas tuvo como resultado un cambio en la celebración a los difuntos. Surge de esta manera el pan de trigo con formas de corazón, bañado en azúcar coloreada de rojo para simular la sangre. A esto se le conoce como el pan de las ánimas o el pan de muerto, que hasta nuestros días, se consume.
En el México actual, cada año y partir de la segunda quincena de octubre, las plazas, tianguis y mercados, del país, se visten de colores y de olores: el mole, los dulces, la calabaza, el atole, chocolate, los tamales, los tejocotes, el pan de muerto y sobre todo las calaveras, son los elementos que se utilizan para adornar los altares que se ponen en cada casa en los que las personas esperan a los fieles difuntos.
El primero de noviembre, se venera a los parientes que murieron siendo niños, el día dos de noviembre, se venera a los finados adultos. Ambos días es la ocasión para poder acompañarlos con una comida, seguido de un profundo sentimiento de devoción y en el que se afirma que el ser querido que ha muerto se encuentra en una “mejor vida”.
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